viernes, octubre 20, 2006

Sala de autopsias

Raymond Carver

En esos tiempos yo era joven y tenía la fuerza
de diez hombres
para todas las cosas que me proponía.
Parte de mi trabajo nocturno
cuando el forense terminaba sus tareas
era limpiar la sala de autopsias.
Ahora bien, algunas veces
terminaban temprano, otras demasiado tarde.
Para que no me aburriera
dejaban objetos olvidados en la mesa de trabajo.
Un pequeño bebé quieto como una piedra y frío como la nieve
o un negro corpulento de pelo blanco
con el pecho partido al medio y todos sus órganos vitales
flotando en una bandeja junto a su cabeza.
El agua fluyendo del tubo de goma,
las luces resplandecientes sobre mi cabeza.
Una vez dejaron una pierna de mujer
bien formada y pálida sobre la mesa.
Yo sabía para qué era la pierna,
en ocasiones los había observado.
A pesar de eso me quedé sin aliento.
Al llegar a casa a la noche mi mujer me decía
“Dulce, todo va a salir bien. Podemos hacer cambios
vivir de otro modo”. Pero esto no es tan fácil.
Ella tomaba mi mano entre las suyas, con fuerza,
yo me reclinaba en el sillón y cerraba los ojos.
Pensaba en…cualquier cosa. No sabía en qué.
Dejaba que ella llevara mi mano a sus senos.
En ese punto yo abría los ojos y miraba el cielorraso o el piso…
Entonces mis dedos se perdían hacia su pierna, tibia y bien formada,
que ante la más suave caricia se levantaba ligeramente y temblaba.
Mi mente estaba confundida y vacilante.
Nada sucedía. Todo sucedía.
La vida era una piedra que se iba gastando y afilando.

(versión de Fernando Kofman en Poesía minimalista norteamericana)

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