sábado, mayo 20, 2006

Ted Hughes

TORDOS

Qué espantosos son los tordos pulcros y atentos sobre
la hierba.
No parecen seres vivos sino acero retorcido. Su mirada
negra y letal está a la espera. Sus patas enclenques
producen movimientos inimaginables. Dan un
respingo, un salto y un picotazo
y en un abrir y cerrar de ojos sacan a rastras algo
tembloroso.
Nada de pausas indolentes ni miradas soñolientas.
Nada de rascarse la cabeza ni suspirar. Nada más que
un salto y un picotazo
y un instante de voracidad.

¿Son sus cráneos pequeños y obstinados, es su cuerpo
adiestrado, es su ingenio o es el nido lleno de polluelos
lo que les otorga a sus vidas esa determinación
automática y explosiva? El cerebro de Mozart la tenía,
y también la boca del tiburón
cuando rastrea sangre, incluso una gota de
su propio
costado, y se devora a sí. Es una eficacia que
ataca de manera demasiado aerodinámica para que la
detenga una duda
o la desvía algún obstáculo.

Un hombre es distinto. El heroísmo a caballo,
poner al día su dietario en un amplio escritorio,
labrar un diminuto adorno de marfil
durante años: son actos que se veneran a sí mismos. En
cuanto a él,
aunque se arrodille para fundirse en la oración, ¡cuánto
ruido arman
los demonios de la distracción al montar sus misas y
orgías sobre
furiosos espacios de fuego! ¡Qué bravías son
las negras aguas bajo las que lloran!

No hay comentarios.: